El mensaje espiritual
La devoción al Niño Jesús de Praga pone de relieve en el misterio de Cristo cuatro aspectos ricos de doctrina teológica.
Jesús es el Hijo de Dios, “nacido del Padre antes de todos los siglos”, que “bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo… se hico hombre”. La Encarnación es el primer acto de la Resurrección; en el Niño Jesús ya vemos a nuestro Salvador, contemplamos su don de amor. Este misterio central de nuestra fe, que celebramos en la solemnidad de Navidad, es atraído al interior de la devoción de la misma representación de la estatua.
En la vida de Jesús vislumbramos el comportamiento de Dios y aprendemos ciertamente nuestra correspondencia a su don. En la devoción al Niño Jesús la meditación y la imitación de los misterios de su divina infancia están fuertemente recomendadas, también a través de prácticas concretas, como el rezo de la “Coronita del Niño Jesús”, o la celebración del día 25 de cada mes, en el que se recuerda la Anunciación, la Navidad y otros misterios de la infancia.
La espera del Mesías. (Lc 1,5-25 y 57-80)
La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento de tal magnitud que Dios lo quiso preparar en el paso de los siglos y lo anunció por boca de los profetas que se fueron sucediendo en Israel; en el corazón de los paganos despierta la esperanza de la gran venida. Poniéndose en comunión con la prolongada preparación de la primera venida del Salvador, los fieles reavivan el ardiente deseo de su segunda venida (cf. CCC 552; 524).
La venida de Cristo en la historia (La genealogía de Jesús). (Mt 1,1-17)
Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios mandó a su Hijo. “Dios visitó a su pueblo, ha cumplido las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia, y ha ido más allá de cualquier esperanza: ha mandado a su “Hijo predilecto”. Nosotros creemos y profesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una familia de Israel, en tiempos del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre (CCC 423).
El anuncio a María. (Lc 1,26-38)
La anunciación a María inaugura la plenitud de los tiempos, es decir el cumplimiento de las promesas y de las preparaciones. Al anuncio de que daría a luz al Hijo del Altísimo sin conocer varón, por la fuerza del Espíritu Santo, María respondió con la obediencia de la fe, segura de que nada es imposible a Dios. De este modo, asintiendo a la Palabra de Dios, María se convierte en madre de Jesús y se ofrece totalmente a la persona y obra de su Hijo. El lazo de la desobediencia de Eva se ha desaparecido con la obediencia de María (cf. CCC 494).
La visita a Isabel. (Lc 1,39-56)
Juan estuvo lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre por obra del mismo Cristo. La visitación de María a Isabel se convierte así en la visita de Dios a su pueblo. Isabel es la primera del largo grupo de generaciones que llama a María dichosa: “Dichosa tú que has creído” (cf. CCC 717; 2676).
El anuncio a José. (Mt 1,18-25)
José fue llamado por Dios para que llevara consigo a María para que naciera Jesús de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David. El ángel anuncia a José: “Tú le llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”, Jesús, en hebreo, significa: ”Dios salva”, nombre que expresa a un tiempo su identidad y su misión (cf. CCC 430; 437; 1846).
El nacimiento de Jesús. (Lc 2,1-20)
Jesús nació en un humilde establo, en una familia pobre; pastores sencillos son los primeros testigos del suceso. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo. Navidad es el misterio de este “maravilloso intercambio”: El Creador, hecho hombre sin intervención de varón, nos da su divinidad. El misterio de la Navidad se cumple en nosotros cuando Cristo “se forma” en nosotros (cf. CCC 525; 526).
La circuncisión de Jesús. (Lc 2,21)
La circuncisión de Jesús, ocho días después de su nacimiento, es la señal du inserción en la descendencia de Abrahán, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley, de su habilitación al culto de Israel en el que participará durante toda su vida. Esta señal es la prefiguración de la “circuncisión de Cristo” que es el bautismo (cf. CCC 527).
La presentación en el templo. (Lc 2,22-38)
La presentación de Jesús en el templo le muestra como el Primogénito que pertenece al Señor. En Simeón y Ana está toda la esperanza de Israel que llega al encuentro con su Salvador. Jesús es reconocido como el Mesías durante una larga espera, “luz de las gentes” y “gloria de Israel, pero también como “signo de contradicción”. La espada de dolor predicha a María anuncia la otra oferta, perfecta y única, la de la cruz, que otorgará la salvación “preparada por Dios ante todos los pueblos” (cf. CCC 529).
La adoración de los Magos. (Mt 2,1-12)
La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Celebra la adoración por parte de los Magos llegados de Oriente. En estos Magos, que representan las religiones paganas de alrededor, el Evangelio ve las primicias de las naciones que en la Encarnación acogen la Buena Nueva de la salvación (cf. 528).
La huida a Egipto y la matanza de los inocentes. (Mt 2,13-23)
La huida a Egipto y la matanza de los inocentes manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: “Vino a sus casa y los suyos no le recibieron”. Toda la vida de Cristo estará bajo la señal de la persecución. Los suyos compartirán con él esta suerte, Su vuelta de Egipto recuerda el Éxodo y presenta a Jesús como el liberador definitivo (cf. CCC 530).
La vida escondida en Nazaret. (Lc 2,39-40.51-52)
Durante la mayor parte de su vida, Jesús compartió la condición de la mayoría de los nombres: una existencia cotidiana sin aparente grandeza, vida de trabajo manual, vida religiosa sometida a la Ley de Dios, vida en la comunidad. En la sumisión de Jesús a su madre y a su padre legal se realiza la perfecta observancia del cuarto mandamiento, y se anuncia y anticipa la sumisión del Jueves Santo: “no mi voluntad”. La vida escondida de Nazaret permite a todo hombre estar en comunión con Jesús en los momentos más ordinarios de la vida cotidiana (cf. CCC 531; 533).
La pérdida y el encuentro en el templo. (Lc 2,41-50)
El encuentro de Jesús en el templo es el único acontecimiento que rompe el silencio de los evangelios en los años escondidos de Jesús. Jesús nos deja entrever el misterio de su total consagración a una misión: “¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?”. María y José “no comprendieron” estas palabras, pero las acogieron con fe. (cf. CCC 534).
Jesús es el Rey del universo, porque “todo ha sido creado por él” y, después del pecado, él ha redimido al mundo. El mundo le pertenece como Creador y como Redentor. Esta realeza, manifestada por los vestidos y por las insignias reales, es reconocida por la Iglesia sobre todo en los misterios y en las celebraciones solemnes de la Epifanía, de la Ascensión y de Cristo Rey del universo.
La estatua del Niño Jesús de Praga representa al pequeño Niño Jesús de 2/3 años en posición erecta, vestido según la moda española del 1500 como un Pequeño Rey. El vestido rojo y bordado en oro, la corona en la cabeza y el mundo en la mano izquierda son todos símbolos reales. Sin embargo, la mano derecha está representad en el acto de bendecir, en cuanto Dios, nuestro Protector y Salvador.