La estatua del Niño Jesús
La estatua de madera que se venera en el Santuario de Arenzano es una copia de las que se guarda en Praga en la iglesia de Santa María de la Victoria. La de Arenzano es obra del escultor fray Domenico Artesani, de la Congregación religiosa de los Hijos de María Inmaculada (Pavonianos).
El pequeño Jesús está revestido con un manto de terciopelo rojo bordado en oro. Se trata del vestido litúrgico y solemne que el emperador vestía en las ceremonias del sagrado imperio romano. Ese vestido nos recuerda por un lado el manto escarlata que los soldado pusieron en su cuerpo martirizado en las terribles horas de la pasión, por otro el sacerdocio y la realeza que el Hijo de Dios ha venido a traer al mundo y de lo que nos quiere hacer partícipes. Por eso el manto está bien abierto en señal de acogida.
En la mano izquierda Jesús tiene una esfera dorada, ceñida y coronada por una cruz. Es señal del mundo en el que Cristo ejerce su poder divino, en un plano de providencia misterioso que no elimina la libertad humana, sino que conduce hacia la plenitud del Reino de Dios.
Sin embargo, la mano derecha, señal de la grandeza y fuerza divina, está representada en el acto de bendecir con los dedos cruzados para subrayar la unión de las naturalezas de Jesús, la divina y la humana. Pero también la unión de los otros tres dedos para significar el significar el misterio del Dios Uno y Trino.
La preciosa cruz que lleva en el pecho nos recuerda el significado y el fin de su Encarnación y de su hacerse niño: amar a los hombres y compartir todos los aspectos de su existencia (menos el pecado) hasta el acto extremo de dar la vida por nosotros en la cruz que, unida a la resurrección, se hace gloriosa y luminosa.
La preciosa corona que tiene en la cabeza, señal de su poder real, fue modelada para la coronación de 1924 por el orfebre Codevilla de Génova. El motivo decorativo, constituido por flores de lirio símbolo de inocencia y candor, fue añadido con ocasión del 50º aniversario de la coronación en 1949.
Es un Jesús glorioso. La sonrisa que ilumina su rostro es clara prueba de su amor por los hombres, una invitación a la confianza en él, a escuchar su palabra de salvación, que un tiempo hizo reflexionar y conmover a los sabios doctores el Templo de Jerusalén.
Al contemplarlo parece que repite también para nosotros las palabras que dijo el P. Cirilo en la visión estática: “Cuanto más me honréis, más os favoreceré”.
El Niño Jesús en los diferentes vestidos de su guardarropa
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